¡Cuidado con las palabras!

Tras un rato consumido en YouTube con temas turbios —geopolítica, comedia, fútbol—, el algoritmo me conduce a la desembocadura natural de mi curiosidad: videos conspiranoicos. Me entero, así, de que la Tierra es plana, de que Jeffrey Epstein, el pedófilo amigo de Trump, no se suicidó ni lo mataron, sino que vive cómodamente en algún lugar oculto del Caribe —el triángulo de las Bermudas, supongo—, que nos gobiernan desde la luna unos reptiles inteligentísimos, que los dinosaurios nunca existieron —son huesos de otros animales recolectados por farsantes— y que Inglaterra es la tierra de los ángeles caídos. Los principales portavoces de estas teorías son dos tipos curiosos: un tal Mr. Empírico y un tal Mr. Tartaria, dos genios del humor o de la verdad oculta, según se mire.

Ciertamente, uno tiene muchas veces la impresión de que no se entera de casi nada. Basta cambiar de emisora de radio para que lo blanco se convierta en negro y la confusión penetre en nuestros cerebros como un cuchillo caliente en la mantequilla. Sánchez o Feijóo pueden ser héroes o villanos con solo cambiar de locutor.

"La batalla del relato", dijeron los de Podemos con el 11M; y su peligro, añado yo. La nueva izquierda comenzó librando esa batalla con un relato realista e ibérico, con el que mucha gente podía identificarse, pero ha terminado recalando en la ciencia ficción de Hollywood. Es decir, en lo woke, una alucinación en decadencia que deja, mientras se repliega, una estela de cadáveres exquisitos (Errejón y otros) y el auge de la extrema derecha. Hollywood no solo exporta cine, sino también teorías fantásticas sobre la vida. En inglés cualquier cosa resulta más verosímil, o sea, más digna de ser llevada a las pantallas. Desde el terraplanismo hasta lo woke, todo viene de California y, así, los verdaderos conspiranoicos, tanto woke como terraplanistas, son norteamericanos. Aquí nos tenemos que conformar con sus epígonos.

El relato lo es todo no porque lo dijera el primer Podemos, sino porque, como señala el escritor José María Merino, el homo sapiens debe su condición a su capacidad para darle sentido a la realidad mediante la ficción. Todo relato es, en el fondo, una ficción que, en algunos casos, abarca la realidad con cierta precisión, en otros se queda corto y en otros exagera o tergiversa. Hay ficciones que nos ayudan a generar lazos solidarios, añade Yuval Noah Harari, el historiador israelí. Una patria, por ejemplo, es una ficción que, tras una catástrofe natural y política, promueve la solidaridad con un valenciano con quien no compartes lazos familiares. Harari sugiere que, quizás, los neandertales carecieron de esa capacidad simbólica y por ello se extinguieron.

Pero los relatos también son peligrosos porque generan su propia realidad venenosa. Las inquisiciones de todo signo, las guerras más feroces, las represiones más inicuas llegan siempre con una justificación narrativa. Los místicos orientales y occidentales, pero también ya muchos neurocientíficos contemporáneos, hablan de la meditación como el camino más certero para aprehender la realidad; dejan los relatos para los escritores, los guionistas y los publicistas. No son las palabras las que nos acercan a la realidad, sino su pura observación sin intermediarios, la mera concentración en el instante que se desvanece, en el presente que se esfuma.

Siguiendo esta lógica, habría más sabiduría en un pez, que habita plenamente en el aquí y el ahora, que en el intelectual más profundo y reflexivo de la tierra.

Hasta las mejores ficciones literarias —que son la excelencia en el uso narrativo del lenguaje— nos avisan de eso: Don Quijote, Madame Bovary, Matadero Cinco, incluso El cartero siempre llama dos veces. En todas estas novelas paradójicas se pone de relieve el peligro de los relatos. Nos enseñan a recelar de ellos como fórmula de captación de la vida. Lo cual me lleva a lanzar una pregunta casi conspiranoica: ¿Y si las palabras fueran siempre engañosas? ¿Y si fuera más conveniente no decir, no hablar, no leer, no formular nada que conlleve reducir la realidad a palabras? O, por decirlo de otra manera, ¿y si las palabras sirvieron en su momento para convertirnos en homo sapiens, pero no nos proporcionaron ninguna sabiduría crucial, ninguna condición superior, ninguna esencia trascendente, sino todo lo contrario? Pero concluyo con dos palabras: Feliz Navidad.

Zircon - This is a contributing Drupal Theme
Design by WeebPal.