Samuel Luiz tenía 24 años cuando un grupo de chavales lo mató a golpes a la salida de una discoteca en A Coruña. La policía detuvo a siete individuos, dos eran menores de edad. Ambos confesaron y fueron condenados a tres años y medio de internamiento. Esta semana arranca el juicio a los otros cinco acusados. Ahora dos de ellos tienen 29 años, los otros tres, 22. Pero los hechos ocurrieron en el verano de 2021, cuando la mayor parte de agresores tenía entre 16 y 19 años.
Los datos indican que los jóvenes son cada vez más violentos. Aunque las cifras difieran, todos los portales oficiales coinciden en reflejar un aumento gradual de la violencia juvenil desde 2018. Los índices varían porque el INE contabiliza los condenados, la Memoria de la Fiscalía enumera los hechos, y el Portal Estadístico de Criminalidad cuenta los detenidos o investigados. Aun así, tal como refleja un reciente estudio que compara los resultados de las tres fuentes, el número de delitos violentos crece entre los más jóvenes, y la subida es más acusada desde 2022. Ese mismo año, el homicidio o asesinato, tanto consumado como en grado de tentativa, había aumentado casi un 15% con respecto al año anterior. La Fiscalía tildó la tendencia de “explosión delictiva”.
Las estadísticas venían reflejando más de una década de descenso, pero la tónica se ha revertido en los últimos cinco años. La banalización de la agresividad afecta también al ámbito de la violencia de género. Según el último Macroestudio de Violencia de Género, el 20% de los jóvenes de entre 16 y 21 años considera que golpear a su pareja durante una discusión no es violencia.
La banalización de la agresividad afecta también al ámbito de la violencia de género
Algo debe de estar ocurriendo si todas las cifras siguen creciendo. Son muchos los estudios que pretenden darle una explicación. No hay una fórmula mágica, pero cuatro factores parecen retroalimentarse: la exposición a la violencia, las pantallas, la pandemia y la salud mental.
Las pantallas y la exposición a la violencia
Primero la TV, luego el cine, ahora los videojuegos. La hostilidad está en aumento. En las películas se han triplicado las escenas violentas desde 1985. Los videojuegos más populares, como el Call of Duty, Grand Theft Auto, Mortal Kombat, Fortnite o Resident Evil incluyen batallas, peleas, armas y crimen.
Según algunos estudios, su uso puede incrementar comportamientos agresivos, sin embargo, las consecuencias dependen de la duración del juego, la susceptibilidad individual o el contexto social del jugador. Los efectos no son universales, y no hay consenso científico definitivo que vincule su uso con un aumento de la violencia real.
Otro escenario es el de las redes sociales. El acceso directo, ilimitado y descontrolado a determinados contenidos puede influir en su normalización y desensibilización. No se trata solo del visionado individual de un vídeo sensible. Lo grave es compartirlo. Es la socialización en torno a lo agresivo. Por otro lado, las dinámicas del ciberacoso y la intimidación en la red pueden incrementar la agresividad, el odio y el rencor, reacciones de venganza o estallidos de liberación.
No se trata solo del visionado individual de un vídeo sensible. Lo grave es compartirlo. Es la socialización en torno a lo agresivo.
Lo más probable es que jugar online no nos vuelva violentos. Ni tampoco un vídeo. Ni siquiera un comentario. Pero quizá influya la suma de todo. Porque no se trata de un solo contenido, sino de una múltiple, perenne y continua exposición, que sí está probado que aumenta la propensión.
La pandemia y la salud mental
En España el consumo juvenil de antidepresivos ha aumentado un 64% tras la pandemia. Síntomas de ansiedad y depresión se cuelan a diario entre los adolescentes, sustituyendo el idealismo o la despreocupación propios de su edad.
Las consecuencias del Covid han interferido también en su desarrollo cerebral. Un estudio de la revista científica Plos One alerta de los cambios en la personalidad que la pandemia ha provocado en individuos de entre 18 y 30 años. Sus conclusiones reflejan un incremento del neuroticismo, es decir, la tendencia a experimentar emociones negativas, y una disminución de la extraversión y la amabilidad, un déficit de interacción social y una mayor desconexión social.
Estrés, problemas de socialización, inmadurez y baja tolerancia a la frustración. Todas son variables susceptibles de fomentar la conducta antisocial. El resultado es el auge de bandas y un repunte de la criminalidad. Esta radiografía de la juventud exige la necesidad de impulsar nuevas respuestas, medidas destinadas a evitar que adolescentes agresivos se conviertan en adultos violentos. Su permeabilidad juvenil puede utilizarse para convertir el peligro en oportunidad: una mayor atención tanto dentro como fuera de casa. Dentro, más educación sobre lo que se consume. Fuera, más control del contenido que se publica. El cuidado de la juventud es una responsabilidad social.
Biografía
Carmen Corazzini estudió periodismo y Comunicación Audiovisual. Se especializó con un máster en 'Estudios Avanzados en Terrorismo: análisis y estrategias' y otro en 'Criminología, Victimología y Delincuencia'.