Es un anuncio que llevo años escuchando en la radio por las mañanas mientras desayuno y leo la prensa: "Los Fernández son muy amables". El curioso lema publicitario, que se repite tanto en una llana y coloquial voz masculina dirigida al oyente como en la melodía que entona un delgado y angélico timbre de mujer joven, corresponde a un centenario comercio madrileño de venta y limpieza de alfombras. Pero a mí me parece que es algo más que un anuncio. Es una ironía indulgente, simpática, amable (valga la redundancia) y una discreta invitación a que recapacitemos sobre el mundo en que vivimos y sus valores.
Sí. Uno no puede evitar hacerse una pregunta cada vez que oye ese risueño y mañanero anuncio a través de las ondas hertzianas: ¿Tan hostil y brutal es nuestra sociedad; tan destemplada y maleducada es nuestra vida diaria; tan difícil es toparse en ella con la simple y sencilla y dulce amabilidad para que ésta sirva de irresistible gancho comercial a la hora de vender unas alfombras y unos tapices o de promocionar su lavado? ¿En qué clase de animales de bellota nos hemos convertido los españoles colectivamente para que la mera amabilidad en el trato que nos brinde el propietario o el empleado de una tienda se nos presente como un excepcional y preciado valor?
Comenté ese anuncio una vez con una amiga y advertí que para ella se trataba de una publicidad desfasada, rancia, de otro tiempo. Noté que pensaba que hoy con la amabilidad no se va a ninguna parte y que la gente la identifica con un valor anacrónico, si no con insolvencia, con inadaptación a la vida moderna e incluso con ineficiencia en el servicio. Mi amiga me dejó caer que quizá las modas de las moquetas, los suelos porcelánicos que imitan a la madera, las paredes vacías, las decoraciones minimalistas y los espacios desocupados habían convertido a las alfombras y a los tapices en una cosa del pasado, de gente mayor a la que justamente iba dirigida esa propaganda, ese marketing del trato exquisito que hoy se considera una pérdida de tiempo.
La realidad, sin embargo, demuestra lo contrario. El de la amabilidad de los Fernández es, de manera probada, el anuncio más pegadizo y exitoso de la radiofonía madrileña. Y su ingenuidad aparente es sabiduría de fondo; su supuesta candidez es sardónica comprensión del alma humana y su hipotética extemporaneidad es conciencia del tiempo en que vivimos.
Sí. La gente joven también echa de menos un mundo gestionado por los Fernández. Yo creo que la amabilidad irredenta de éstos es una excelente propuesta para esta España envenenada por el debate político. Uno no está por edulcorar ese debate ni por desdramatizar lo que es dramático. Si hay que defender posiciones rotundas, se defienden. Pero precisamente por la rotundidad que dicho debate exige es más necesario que nunca esa amabilidad en la vida cotidiana y civil.
Los Fernández son muy amables… Confieso que, por más vueltas que le doy a ese candoroso eslogan, no salgo de mi asombro. ¿Cómo se le ocurrió a alguien dar con un reclamo tan básico y necesario por otra parte? ¿Fue intuición o un profundo conocimiento sociológico del país en el que vivimos y de los paisanos que lo conformamos? ¡Viva la amabilidad de esa tienda de alfombras! ¡Vivan los Fernández! Viva la España de los Fernández que, en efecto, son muy amables, lo cual no es poco en estos duros tiempos.