Con motivo de la celebración un año más, el 25 de noviembre, del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, creo necesaria una reflexión sobre las víctimas de la violencia de género mayores de 65 años; mujeres -en muchos casos de avanzada edad- que, tanto por prejuicios generacionales como por edadismo social, se convierten en víctimas de una situación muy vulnerable.
Algunos datos relevantes: un 23% de las mujeres de más de 65 años han sido víctimas de esta violencia a lo largo de su vida. En la mayoría de los casos, estas situaciones son desconocidas por su entorno, y muchas veces estas mujeres son incluso más vulnerables que las más jóvenes. Se trata de víctimas que sufren el maltrato durante mucho tiempo, en muchos casos con historias de más de 40 años. Son víctimas que presentan un estado de salud más deteriorado que otras mujeres de su edad y un mayor grado de aislamiento social, e incluso familiar.
La violencia en estos casos se cronifica y pasa de la violencia física y psicológica al control económico en la etapa de la vejez. Son mujeres supervivientes de la cultura patriarcal del silencio, la resignación y la entrega de toda una vida de sometimiento y desprecio, falta de libertad y reconocimiento de la valía personal.
El número de mujeres mayores asesinadas crece año a año. Sobre todo, en las mayores de 80 años, dependientes y en el medio rural. Las iniciativas deben orientarse pues a mejorar la calidad de vida de estas mujeres desde un enfoque integral: atención a la salud, apoyo social, recursos específicos y campañas de sensibilización.
Se requieren medidas dirigidas a prevenir, acompañar y proteger: escucharlas y conocer sus necesidades específicas es una deuda histórica que tenemos con ellas la sociedad en general y las políticas publicas de género en particular.