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En ocasiones, desde dentro, la fama, los focos, los momentos mediáticos y la vida de las celebridades no es tan bonita como la pintan.
Carlos Peguer, conocido por ser el creador del famoso pódcast La Pija y La Quinqui que ha contado con invitados tan famosos como Rosalía o Pedro Sánchez, ha publicado en TikTok un vídeo que, con más de medio millón de reproducciones y decenas de comentarios, se está viralizando por decir verdades como puños.
La crónica del corazón tradicionalmente ha ido vinculada a tres variables. Primera: soñar con el supuesto glamour de vidas inalcanzables. Segunda: especular sobre las expectativas emocionales de otros e incluso sobre el dolor ajeno, casi como acto de egoísmo para pensar "pues a mí tampoco me va tan mal". Tercera: juzgar y sentenciar sobre cómo actúan los demás en sus relaciones amorosas, familiares y otras cotidianidades.
¿Barak Obama hubiera llegado a ser presidente de Estados Unidos de haber tenido redes sociales en su adolescencia? Él mismo lo ponía en duda. En plena campaña electoral, los más listos de la viralidad le hubieran ajusticiado con "se te ha caído esto", adjuntando rebuscadas capturas de la inconsciencia de la edad del pavo.
Vivimos en la sociedad del aplauso. Necesitamos el reconocimiento, pero el reconocimiento va dejando de tener que ver con el respeto profesional. El reconocimiento es más instantáneo que nunca y, claro, se termina confundiendo con alharacas. Ahora la palabra reconocimiento remite más al aluvión de likes que invita a pensar que lo estás petando, a la exclamación de 'dilo, reina' que te hace sentirte trascendente.
La táctica de guerra va unida a la estrategia de propaganda. Sin embargo, las redes sociales han cambiado tanto nuestra manera de relacionarnos con la realidad que es más difícil controlar el caudal informativo. Hay imágenes de casi todo, todo el rato. Cualquiera puede denunciar aquello que está pasando enviando una señal de vídeo con sólo un buen smarthphone. Así sucede a diario en Gaza. Sin embargo, estar hiperconectados no significa que las manipulaciones bélicas sean menos eficaces. Sólo han mutado.
Perplejos, nos llevamos las manos en la cabeza y nos preguntamos: cómo es posible el auge de los populismos. Incluso hay políticos populistas que insultan a sus rivales llamándoles populistas. Qué malos son los malos, qué buenos son los buenos y qué abreviados nos estamos quedando todos. ¿Por qué? Porque todos nos estamos convirtiendo en populistas. Porque todos hemos sucumbido al populismo.
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