Nuclear, todos dicen ‘I love you’

La energía nuclear asiste a un renacimiento en casi todo el mundo, particularmente en aquellos países que afrontan sin dogmas un doble reto: multiplicar la producción de electricidad para satisfacer una demanda en aumento y frenar el cambio climático descarbonizando la economía. Asistimos a un constante goteo de noticias sobre la construcción de nuevas centrales nucleares, con cerca de 70 proyectos en marcha, junto a la decisión no menos inteligente por parte de muchos gobiernos de prolongar la vida de los reactores.

De Estados Unidos, cuya economía sigue siendo la más dinámica del planeta, nos llegan dos informaciones muy interesantes. La inmensa mayoría de sus 94 reactores pueden estar en funcionamiento 60 años, un permiso que se ha extendido en algunos casos otros 20 años más. Evidentemente, con absolutas garantías de seguridad, pues solo la demagogia antinuclear fantasea con escenarios apocalípticos. Concretamente, 80 años de vida útil se ha concedido a la central que opera en Virginia, North Anna, cuyo diseño fue el referente de las españolas Almaraz y Ascó. En España, sin embargo, el Gobierno de Pedro Sánchez está decidido a clausurarlas en su plan de cierre de nuestros siete reactores entre 2027 y 2035.

Y la segunda noticia es la apuesta de los gigantes tecnológicos por la nuclear, ya que sus potentes centros de datos requieren de mucha energía las 24 horas, una exigencia que las renovables (solar, eólica, etc.) no garantizan sin baterías u otras formas de almacenamiento. Microsoft se propone reactivar la central clausurada de Three Mile Island, orillando el recuerdo del grave accidente que hubo en la década de los 70, mientras Google y Amazon apuestan por pequeños reactores modulares, una nueva tecnología que va a revolucionar la energía del átomo.

Regresando a Europa, el informe Draghi sobre competitividad pone el acento en el papel de la nuclear junto a las renovables, apuesta por la construcción de nuevos reactores y extender la vida de los existentes. Parodiando el título de la película de Woody Allen, a uno y otro lado del Atlántico, todos dicen I love you. Todos menos España, que tristemente ha seguido el estúpido ejemplo alemán. Y estúpido aquí no es una consideración gratuita, sino una descripción del mayor disparate que ha hecho una economía avanzada, prescindir por prejuicios de una energía limpia y segura para acabar quemando gas y carbón, encareciendo el coste y perjudicando a su industria. Para España, digámoslo claro. Solo el polo petroquímico de Tarragona va a necesitar en 2030 el equivalente de la electricidad generada por dos reactores nucleares. ¿Cómo lo haremos? Teresa Ribera, que ha ejercido de martillo antinuclear aquí, ahora que marcha a la Comisión Europea ya está modulando su dogmatismo, y puede que muy pronto acabe diciendo I love you.

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