Todos los hijos de amigos que han terminado ya la carrera y están empezando a dar sus primeros pasos laborales siguen viviendo en casa de sus padres. Y no por decisión propia, sino porque el sueldo no les da. La gran mayoría no puede pensar en irse de alquiler, ni compartiendo casa ni compartiendo habitación. Literalmente no podrían cubrir gastos. Así que ahí están: contentos porque, después de años de formación, tienen un primer puesto de trabajo, muchos en firmas prestigiosas, en empresas de renombre, pero con sueldos que no ayudan a emanciparse.
Y esto es algo que se suma al problema de la vivienda. Mientras los precios en las grandes ciudades no dejan de subir –un 8% este año, según los expertos–, sus sueldos se van empequeñeciendo. Es imposible construir un futuro con esas dos variables que son absolutamente demoledoras. Un alquiler que, de media, ronda los 1.200-1.800 euros, frente a un sueldo que, ni en el mejor de los casos, llega a los 2.000 euros.
Muchos de los perfiles que me rodean son universitarios, personas que han tenido carreras largas, exigentes, que no han sido los alumnos más brillantes, tampoco los primeros de su promoción, pero sí alumnos solventes, que han salido fuera, que han tenido estancias en otras universidades extranjeras con intercambios o con programas Erasmus. Personas que hablan idiomas, no menos de dos, y que lo hacen con un buen nivel. Perfiles de gente muy competente que las empresas cazan enseguida, pero no con sueldos atractivos. Y esto es algo sobre lo que hay que reflexionar también.
Estos días hablamos mucho del problema de la vivienda, de los precios, de los alquileres, pero hay que reflexionar también qué se les está ofreciendo desde las administraciones. No creo que tener siempre una bolsa laboral de recién licenciados sea una forma de generar músculo, ni lograr tener una plantilla comprometida con la cultura de la empresa, con los objetivos a largo plazo…
Hablamos mucho de la retención de talento, de lo volátiles que son estas generaciones que están entrando ahora en el mercado laboral. No aspiran a crecer dentro de una empresa sino a lograr unas mejores condiciones, no siempre ligadas al salario, para poder disfrutar más de su ocio y no de su trabajo. No viven para trabajar.
Y lo achacamos a su forma de entender la vida, pero en esto deberíamos hacer también examen. Analizar qué planes de carrera les ofrecemos, cómo los logramos involucrar, cuánto confiamos en que ellos puedan ser el siguiente relevo, cuánto delegamos en ellos y, lo más importante, a cambio de qué. Aquí nadie trabaja por amor al arte. La gente trabaja por un sueldo que le permita vivir, que le permita tener una casa, un espacio propio en el que crear su futuro. Y nada de todo eso se lo estamos dando ahora mismo.