Los familiares de rehenes, un año después de la masacre del 7-O: "Estamos en un bucle que no termina, no hay respuesta, nada cambia..."

El 7 de octubre de 2023 Roberto Meyer amaneció como cualquier día en su casa del kibutz Be'eri, donde comparte vida con Yulie Ben Ami desde 2015. Las sirenas avisaban de ataques inminentes, pero era algo habitual. La vida a cinco kilómetros de la frontera con Gaza siempre había estado cercada por muros, copada de seguridad militar y con el sonido de las alarmas de fondo. Lo que no esperaba Roberto, tampoco su novia, es que ese día todo iba a cambiar y que iban a vivir las doce horas más infernales de sus vidas.

"No hemos vuelto a saber nada de mi suegro. Estamos atorados en un bucle que no termina. No no hay respuestas, nada avanza, nada cambia... solo pasa el tiempo. Ya ha hecho un año y todo sigue igual", afirma este mexicano a 20minutos desde el otro lado de la línea telefónica. Tras su voz, las sirenas vuelven a ser las protagonistas de un día a día que para ellos ahora se desarrolla en Tel Aviv, donde Irán lanzó más de 182 misiles el pasado martes.

Vi cómo se llevaron a unas cuantas personas, escuché gritos... estaba seguro que que alguien iba a intentar entrar a la casa

El día que los islamistas de Hamás entraron en su kibutz, donde murió un 10% de la población (120 personas de unos 1.200 habitantes), los padres de Yulie, Ohad y Raz, fueron secuestrados. De él solo queda una foto que después se difundiría por redes sociales como una suerte de triunfo y en la que camina descalzo y en pijama agarrado por los terroristas. "A primera hora de la mañana vi la foto y no era capaz de digerirlo, no sabes cómo aceptarlo. Decidí que tenía que proteger la casa", cuenta Roberto.

Mientras Yulie se protegía en la habitación de seguridad que tienen todas las casas en los kibutz cercanos a Gaza, él vigilaba tras las ventanas de la vivienda, desde donde veía personas árabes por los jardines, a la vez que escuchaba a lo lejos "explosiones, disparos y muchos tipos de armas". Aunque Roberto pensó que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) aparecerían en cualquier momento porque también era lo habitual. "Había mucho caos fuera. Vi cómo se llevaron a unas cuantas personas, escuché gritos... estaba seguro de que alguien iba a intentar entrar a la casa", relata.

Los ataques de Hamás del 7-O comenzaron sobre las seis y media de la mañana, momento en el que ya estaban en el kibutz Be'eri. Las FDI no pudieron hacerse con el lugar hasta pasadas las ocho de la tarde. Roberto se mantuvo doce horas ininterrumpidas frente a su ventana, cuchillo de cocina en mano, sin saber muy bien qué pasaba y sin entender por qué no llegaba la ayuda. Llegó un momento que ni siquiera tenían luz y agua.

"Lo neutralicé con el cuchillo"

"Nos acabábamos de mudar y teníamos cajas en la puerta, además la remodelación de la casa no era buena, la puerta principal se abría hacia fuera", detalla con el objetivo de hacer entender lo que sucedió justo después. "Vi a un terrorista que quería entrara en la casa del vecino, pero había puesto la nevera en la puerta y no pudo abrir. Sabía que iba a venir a la nuestra... entonces pensé en que había llegado el momento", agrega.

No sabíamos nada de mis suegros, de nadie, pero necesitaba que el día fuese lo más normal posible, aunque estábamos en mitad de una guerra

No dudó. Según el hombre abrió la puerta se lanzó sobre él. "Lo neutralicé con el cuchillo", rememora, a la vez que pone de manifiesto que ya no le cuesta tanto hablar de ello. "Estuvo unos cuantos segundos sobre mí y no sabía qué hacer con él", afirma. Roberto pasó unos minutos pensando en cómo deshacerse del cuerpo para que no lo viera ni su novia ni otros terroristas. Finalmente lo escondió a unos seis metros de la casa, detrás de una bodega. También se preocupó en limpiar la sangre. "No sabíamos nada de mis suegros, de nadie, pero yo necesitaba que el día fuese lo más normal posible, aunque estábamos en mitad de una guerra", agrega.

Poco después llegó la ayuda. Miles de terroristas habían podido atacar toda la zona, además del festival Supernova, donde murieron al menos 360 personas, porque aquel día era la festividad de Simjat Torá, que pone fin al año nuevo judío. La mayoría de militares estaban en sus casas. "Escuché voces y vi militares de las FDI, pero no me fiaba, había terroristas vestidos con sus ropas. Entonces escuché la voz de la hermana de Yulie", relata. Fueron rescatados, también su perro al que no soltó, no sin tener que caminar entre fuego cruzado, cadáveres y destrucción de todo tipo. Pero para nada acababa la cosa ahí.

Roberto y Yulie llevan un año recorriendo el mundo con la organización Bring them home now para pedir la liberación de su suegro. Su suegra, por su parte, fue puesta en libertad el día 53. De él no se sabe nada. "Está claro que el Gobierno de Benjamin Netanyahu no ha hecho lo suficiente para que vuelvan. "Si quisieran que volvieran a casa ya estarían aquí", dice crítico. "Son capaces de hacer explotar buscas en Líbano, de atacar a Irán... pero de esto no. Nos da a entender que no quieren traerlos", sentencia.

Estaba preocupada, no entendía por qué no habían llegado los militares y llevaban dos horas en la habitación de seguridad

Cinco miembros de la misma familia

Algo parecido opina Maayan Sigal-Koren. Ella tuvo que sufrir el secuestro de cinco personas de su familia: su madre, Clara Marman; la pareja de esta, Luis Saar; su tío, Fernando Maarman; su mujer, Gabriela Kleinberg; y su hija menor, Mía Kleinberg. Todos ellos se juntaron en casa de Clara, en el kibutz Nir Yitzhak, a solo 3,8 kilómetros de la Franja de Gaza. Maayan, por su parte, vivió la incertidumbre y el terror desde el norte del país, en el Kibbutz Pelekh, desde donde ahora ven volar los misiles que Líbano lanza al país. "Mis hijos de nueve y seis años están aterrorizados", dice. Como el que vivieron ella y el resto de su familia durante 129 días.

Maayan no había ido a la fiesta familiar porque tenía covid-19. Cuando despertó la mañana del 7-O directamente llamó a su madre, que le contó lo que estaba pasando. Como Roberto, la familia de Maayan esperaba la llegada del ejército. Ya habían oído cómo se llevaban a algunos de los vecinos, también sabían que había matado a otros. "Estaba preocupada, no entendía por qué no habían llegado todavía los militares y llevaban dos horas en la habitación de seguridad", afirma Maayan. A las 11 de la mañana de ese día no supo más de sus familiares.

"Me llamó mi hermana diciendo que no contestaban y pensé que estaba histérica. No creía que hubiesen entrado los terroristas, acababa de hablar con mi madre por teléfono", rememora. "Llamé y no cogía, así que también llamé a mi tía. Cogió y cortó y eso me dio esperanza de que seguían vivos". Maayan estuvo un buen rato mirando la hora de la última conexión de Whatsapp. Ella misma excusaba que no se hubieran conectado más. "Habrán quitado el sonido al teléfono porque tienen miedo de que los oigan", señala que pensó. Dos horas después recibe una llamada de la hija de la pareja de su madre: se los habían llevado.

"Yo solo quiero la paz"

"No entendía nada, estaba preocupadísima, incluso llamé al Ejército para que fueran a buscarlos. Después me llamó mi padre, que vive cerca, y me dijo que el Ejército había llegado a la casa y que no había nadie. Tampoco manchas de sangre, aunque si tiros en las paredes", explica. "Ese momento fue horrible, de verdad, un horror... jamás pensé que podía pasar algo tan grave. Yo me había criado en ese kibutz", agrega. Seis después el Ejército la informó de que creían que habían sido secuestrados por Hamás.

"Durante dos meses hice todo lo posible para encontrarlos. Hablé con gente en Israel, con la prensa, viajé a Madrid, a Miami... viajé a cualquier donde creía que me iban a escuchar. Hablé con ministros, hice todo lo posible. No sabía qué hacer, pero no podía quedarme en casa y no hacer nada", afirma desesperada. Su madre y su tía volvieron a casa el día 53, como la madre de Yulie; la pareja de su madre y su tía lo hicieron el día 129. Habían estados todos juntos durante el secuestro, también con su perrita, Bella.

No han hecho todo lo posible para que vuelvan a casa y cada vez es más peligroso. Había gente herida, no sabemos cómo pueden estar ahora

"Fue tan emocionante", dice Maayan, que aunque ha podido recuperar a su familia no se olvida de las 101 personas que aún siguen en manos del grupo islamista. "No han hecho todo lo posible para que vuelvan a casa y cada vez es más peligroso. Había gente con enfermedades y heridos, no sabemos cómo pueden estar ahora. Mi corazón está con las familias. Nuestro Gobierno solo tiene que hacer una cosa, liberarles. Lo demás viene después", sentencia.

Tanto Roberto como Maayan han conocido pocos detalles sobre lo que pasó mientras sus familias estaba secuestradas. En el caso de la suegra de Roberto, el mexicano asegura que no ha contado mucho, "tiene miedo de que sepan que ha hablado de lo que pasó". Maayan, por su parte, afirma rotunda que ninguno de sus familiares son los mismos. "Han vuelto otras personas. Luis antes no lloraba por nada y ahora es muy sensible. Están traumatizados", reconoce. Durante su cautiverio, los Marman estuvieron en un piso con la familia de uno de los terroristas y solo había una cosa qué hacer: esperar. "Espero que esto acabe pronto. Yo solo quiero la paz", manifiesta Maayan mientras los misiles sobrevuelan su casa. Su vida. Su historia.

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