El desastre por la DANA ha sido tan devastador que no hay palabras para expresar la consternación y el dolor. Que fuéramos a vivir algo así en 2024, una catástrofe con decenas de muertos y la destrucción de innumerables bienes materiales e infraestructuras, era inimaginable. Pensábamos que un escenario tan terrible correspondía a épocas pasadas, nos remitía a esas mortíferas riadas ya muy lejanas en la memoria colectiva, y creíamos que hoy solo se producen en países con niveles de desarrollo mucho menores. De la misma forma que nunca imaginamos una pandemia en la Europa del siglo XXI, ahora ha pasado algo parecido.
Salvando las distancias entre ambas adversidades, falló desde el principio la percepción del peligro, no funcionó el sistema de alarmas y la realidad nos ha vuelto a desbordar. Aunque la ola de solidaridad está siendo inmensa, colectivamente hemos tardado demasiados días en tomar conciencia de la magnitud de la tragedia. Y eso exige un mea culpa general.
Solo tras la pandemia fuimos conscientes de que en un mundo globalizado con 8.000 millones de personas los virus se multiplican y propagan velozmente. La DANA de Valencia nos obliga igualmente a un cambio de mentalidad ante fenómenos meteorológicos que ya ocurrían antes, como la gota fría, pero que, como consecuencia del cambio climático, se producen de forma más violenta.
La situación es particularmente grave en la costa mediterránea, donde el desmedido crecimiento urbanístico no ha dejado en muchas zonas un palmo libre y se ha efectuado encima de los cauces naturales de los ríos. Muchas son las lecciones que nos deja este desastre. Las lluvias torrenciales son inevitables, al igual que las sequías, pero podemos reducir sus efectos destructores y sobre todo evitar la pérdida de vidas humanas.
El mea culpa general no impide señalar responsabilidades concretas. Del Gobierno valenciano del presidente Carlos Mazón, que dio el aviso de alerta a toda la población cuando ya era tarde, y cuya actuación después se ha visto sobrepasada sin por ello elevar la catástrofe a nivel 3; y del Gobierno de España, cuyo criterio ha sido esperar, como reiteró Pedro Sánchez en su comparecencia, a que el autonómico le pida ayuda. La gravedad de los hechos le permitía tomar desde el principio el mando único, lo que hubiera agilizado la intervención del Ejército bajo el criterio de la UME.
Ante el desamparo que ha sufrido la población valenciana estos días, ha cundido la sensación de que en España no hay Estado, o es un Estado fallido. No es cierto. Hay de sobra capacidad y recursos. Lo que tenemos son unos políticos que han convertido cualquier asunto en una pornográfica lucha partidista y desatienden reiteradamente el interés general.