No hay mucho que hablar ya de Rafa Nadal, apenas unas horas después de que el mejor deportista español de la historia haya anunciado su retirada del tenis profesional. Se marcha con incontables victorias y triunfos a la espalda, y con una forma de afrontar el deporte única: prohibido rendirse.
Y además, nos deja un tenista muy peculiar en su relación física con el deporte que amaba: Nadal vivía por y para el tenis y en cada partido desplegaba un ritual de concentración basado en multitud de tics y manías ya inolvidables.
"Yo hago todas estas cosas que hago en los partidos y aún así no siempre consigo mi objetivo. No sé decir si es algo positivo o negativo, pero a mi me funciona. Estos rituales me ayudan a sentir que estoy totalmente focalizado en el objetivo. Cuando entreno no tengo ningún ritual, pero cuando estoy compitiendo me da seguridad y ese aislamiento de las cosas que me puedan distraer. Con ello me siento más seguro de mi mismo".
Entre esos rituales, uno de los más conocidos siempre ha sido el de las botellas: durante cada partido, Nadal se encargaba de alinear las botellas de la misma forma, situadas a una distancia milimétricamente calculada, con las letras en el mismo sentido y colocadas en función de la temperatura. También sus toallas tenían que obedecer a un orden innegociable".
Y ya en pleno juego, llegaba la hora de sacar y ejecutar su tic: sacándose el calzoncillo, y tocando después hombro izquierdo, hombro derecho, oreja izquierda, nariz, oreja derecha y nuevamente oreja izquierda, nariz y oreja derecha. Si el saque entraba bien, pero si erraba, el ritual era similar, pero cambiaba ligeramente.
Llámenle costumbres, manías o tics, pero lo cierto es que en Rafa se multiplicaban: esas partidas de parchís previas a los torneos, la ducha 45 minutos antes de cada partido, los pasos antes de entrar en la pista y el calentamiento en el vestuario o la forma de quitarse la tierra de la zapatilla, esa arcilla que él adoraba.