El turista cien millones

Los inicios del boom turístico tuvieron hasta su canción. Fue una de esas tonadillas festivaleras que respondían al recién estrenado fervor del régimen por atraer a visitantes extranjeros y a sus divisas de las que la economía patria andaba tan necesitada. Con el título no se rompieron la cabeza: El turista 1.999.999. La cantaban Los Stop y su letra lamentaba los agasajos que se perdió el viajero que hacía ese número en llegar a Mallorca por precipitarse al salir del avión. En los 60, cada millón de turistas se celebraba como una Copa de Europa y Manuel Fraga Iribarne, en Información y Turismo, era el ministro de moda, la cara alegre del franquismo años antes de que como vicepresidente de Interior proclamara aquello de "la calle es mía". Su lema España es diferente era cierto en muchos sentidos, incluidos los más negativos.

Por rancios que ahora puedan parecernos, aquellos fueron los albores de una industria que ha crecido exponencialmente en las últimas décadas hasta convertirse en la responsable de un 13% largo de nuestro PIB, primera fuente de riqueza y empleo de la economía española. A ella hay que atribuir en gran medida el crecimiento tras el parón de la covid y las espectaculares previsiones que proyecta el sector para el año en curso y el que viene. Desde que arrancó 2024, el número de turistas aumentó casi un 15% con respecto al 2023, y se espera cerrar el año batiendo todos los récords de visitantes extranjeros alcanzando los 90 millones. Aún mejor que el cuantitativo es el dato cualitativo porque lo que se gasta por persona ha crecido un 19%. En realidad, no podía ser de otra forma porque el precio de los hoteles ha subido un 21% desde la pandemia aumentando el número de los de 4 estrellas mientras bajan los de 3.

España tiene más tirón que nunca y los de fuera asumen esos precios sin síntoma alguno de fatiga, lo que no ocurre con el turista nacional que ha recortado sus desplazamientos internos un 4,4%. Un dato menor en un escenario de auge turístico que empieza a presentar signos de saturación en ciudades como Barcelona, Málaga o Palma de Mallorca, ciudades tan cargadas de visitantes que temen morir de éxito. Municipios donde han surgido los primeros movimientos ciudadanos demandando límites a la llegada de turistas cuya presencia masiva incomoda y desfigura su cotidianeidad urbana.

No es fácil ponerle puertas a ese campo, aunque alguno lo intenta acotando el atraque de grandes cruceros, aplicando tasas en los hoteles o cargando contra los pisos turísticos que suelen contratar los visitantes más modestos. El Ayuntamiento de Barcelona acaba de anunciar la prohibición absoluta de estos alojamientos para 2029 con la idea de recuperar más de 10.000 apartamentos para el alquiler residencial y de paso rebajar la presión del turismo en la Ciudad Condal. Todo esto acontece sin que se advierta una planificación general de hacia dónde va nuestra gran gallina de los huevos de oro y qué hemos de hacer para no matarla.

Noventa millones de visitantes es una cifra imponente no exenta de complicaciones logísticas. Los aeropuertos y las estaciones de tren están a reventar y un desafío bien preocupante e inmediato lo veremos este mismo verano cuando el país doble su población y el sistema público de salud, ya de por sí saturado, cierre más de 10.000 camas hospitalarias por las libranzas de médicos y enfermeras, que también tienen derecho a coger vacaciones. Con la progresión de visitas que se espera imagínense lo que puede ser este país con 100 millones de visitas o más, un escenario que ya no se atisba lejano. El turista 100 millones mejor que no enferme en vacaciones.

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