No sé si fue un error o no que los Reyes visitaran este domingo la zona cero de la devastación de la riada de Valencia. He leído a personas de criterio contrastado que han subrayado su inconveniencia por razones comprensibles: la comitiva podría molestar a quienes siguen aún buscando víctimas en medio del lodo y la crispación de los vecinos era elocuente. Por tanto, una visita de los Reyes de España, del presidente del Gobierno de España y del presidente de la Generalitat Valenciana a uno de los pueblos más castigados por la tromba solo podía acabar como acabó.
Para mí, sin embargo, la visita de los Reyes a Paiporta no fue un error. Fue, al contrario, un ejercicio de responsabilidad. Y, también, de honestidad y de liderazgo. Si estamos ante la peor tragedia que ha vivido España en las dos últimas décadas, el jefe del Estado no puede solidarizarse con las víctimas a distancia, a golpe de vídeo, de tuit o de comunicado oficial. Debe ir donde la tragedia, abrazar a quien sufre y aguantar las quejas de quien se siente desamparado. Y no solo porque vaya en el cargo, que también, sino porque demuestra una humanidad que quizás ha faltado en los primeros días posteriores a la tragedia.
No quiero caer en la demagogia. Opinar desde la comodidad de un ordenador puede resultar así hasta frívolo cuando hablamos de unos pueblos donde no hay ni agua ni luz ni cobertura de móvil. La riada ha superado todo lo imaginable y es comprensible que supere también a las autoridades encargadas de gobernar el caos que ha ocasionado.
Pero no se me quita de la cabeza que sí que ha faltado en nuestras autoridades algo más de empatía. O, si se quiere, de presencia, de estar donde hay que estar, aunque solo sea para que la gente sienta que el Estado les protege, que tienen a un país que les ayuda y que no les va a dejar solos. Eso es lo que intentó el rey el domingo. Y eso es lo que le honra. Como rey y como persona.