Perder sin dignidad

En la terminología política y deportiva hay muchas palabras comunes: se compite con dignidad, unas veces se gana con euforia, otras se pierde con dignidad y otras, por fortuna las menos frecuentes, las derrotas acaban empañadas por la vergüenza. Fue lo que este jueves les ocurrió a los siempre prepotentes políticos conservadores británicos, bastantes de ellos orgullosos del 'brexit' que les reafirmó en su supremacía isleña, que han sufrido una derrota de la que lo menos que se puede decir es que carece de precedentes.

Bien es verdad que los ingleses – o reinounienses – siempre se han empecinado en ser diferentes y esta ocasión también lo han confirmado. Mientras los europeos de tierra firme viven preocupados por el aumento de las ideas retrógradas de la extrema derecha, que ya gobierna en Italia y amenaza este fin de semana en Francia, ellos están hartos de sus ultraconservadores toris y asimilados para, después de catorce años de Tony Blair, intentar el regreso a una alternancia con la izquierda que les saque del anquilosamiento beligerante en que se hallan.

Después de cinco intentos con primeros ministros aferrados a sus peleas internas, mientras el país y su imagen se degradaban en el orgullo de su supremacía centenaria, el pueblo, sano y llano, el que no participa de la pompa de los lores, se rebeló y cuando ayer fue consultado en las urnas impuso un cambio previsiblemente total entregando el poder a los laboristas, la oposición discreta que durante tanto tiempo permaneció marginada por la supremacía feudal de los conservadores que se alternaban en la ineficacia eclipsada por las pompas y vanidades de los predestinados a ejercer su soberanía.

Keir Starmer, un político de origen modesto y bien preparado gracias a su esfuerzo personal. Liderará desde hoy mismo el cambio que avalan sus más de cuatrocientos diputados en quienes la sociedad ha puesto sus esperanzas en algunos cambios que contribuyen a reparar la política de clases y mejoras en la vida de unas personas que no comparten los avances en la prosperidad de un país que se obstinó en renunciar a compartir esfuerzos y beneficios con sus vecinos continentales guiados por el fanatismo independentista.

No lo tendrá fácil Starmer en cambiar muchos tics de la política, pero a buen seguro que lo intentará. Quienes le conocen bien no valoran su simpatía personal ni su empatía a primera vista. Es hombre de pocas palabras, poco propicio a la demagogia de sus predecesores como el bocazas Boris Johnson, pero con ideas claras, proyectos discretos, y bien dispuesto para la reconciliación con propios y extraños. No cambie pensar que intente tan rápido volver a integrarse en la UE – aunque tal vez ganas no le falten --: para dar semejante brazo a torcer tendrán que pasar algunas décadas, pero si para reanudar una cooperación más activa y pragmática en todos los ámbitos, empezando por el más urgente que es el de la defensa.

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