El monstruo de Igualada: la maldad sin excusas

Ciertas conductas pueden explicarse a través de la biografía. Lo que ocurra en la infancia marca profundamente la psique del individuo. Pero hay casos en los que ni siquiera la ciencia es capaz de argumentar lo que se confirma mera crueldad. Esta semana ha comenzado el juicio por la brutal agresión a una chica de 16 años el pasado 1 de noviembre de 2021 en Igualada, Barcelona. Está previsto que se prolongue hasta el viernes, día en el que se espera que el presunto culpable declare. Ni la víctima ni su familia lo harán, a petición de la Fiscalía. La dinámica de los hechos resultó tan salvaje que la Audiencia de Barcelona ha aceptado que se reproduzca únicamente la grabación de la declaración de la joven, tomada en fase de instrucción. Las secuelas, tanto físicas como psicológicas, han motivado esta decisión para evitar la revictimización.

Todo ocurrió la madrugada de Halloween de 2021. Brian, que entonces tenía 20 años, se encontraba de fiesta por Igualada con sus amigos. Había bebido mucho. Alrededor de las 6 de la mañana, la víctima salió de la discoteca Epic. Se dirigía hacia un tren para regresar a casa. Varias cámaras de seguridad captaron a Brian tras ella. Llevaba capucha. La acechaba. Consiguió arrastrarla a la fuerza hasta una calle sin luz. Allí la agredió física y sexualmente durante veinte minutos. Para ello utilizó una barra de hierro con la que terminaría partiéndole el cráneo. La dejó inconsciente en el suelo. Le robó la ropa y al día siguiente se la regaló a su novia.

Esa misma mañana, un camionero que pasaba por la zona se topó con el cuerpo de la joven, tendido en el suelo. La creyó muerta. Estaba desnuda de cintura para abajo, con el top rasgado y en posición fetal. Temblaba. El hombre la tapó con su chaqueta. No era capaz de articular palabra más allá de un “no”, en bucle, con un hilo de voz. Pasó tres días en la UCI. Cerca de dos meses ingresada. Fue sometida a más de seis operaciones quirúrgicas, su cuerpo quedó destrozado. Tenía 16 años cuando pasó. Y no tiene explicación.

La dejó inconsciente en el suelo. Le robó la ropa y al día siguiente se la regaló a su novia

Brian Raimundo es de origen boliviano. Su madre se marchó del país y él se quedó a vivir con su padre. El hombre abusaba de él. Con tan solo seis años ya le pegaba. También le violaba. La madre denunció los hechos y se lo trajo España. Pero terminó echándole de casa. Había descubierto que abusaba sexualmente de su hermanastra de siete años. Él tenía 15. Se convirtió en un menor tutelado por la Generalitat hasta que cumplió la mayoría de edad. Entonces comenzó a trapichear, a meterse en peleas, a beber mucho alcohol y a vivir con okupas. Sus ex parejas reiteran la conducta violenta. A una de ellas la mandó al hospital. Contó a la prensa que cuando bebía se volvía agresivo. Tras las palizas abusaba de ella. Otra novia, a la que dejó embarazada, le denunció por malos tratos.

Los Mossos le describen como un sádico, psicópata y falto de empatía. Podría buscarse la raíz de su crueldad a través de ciencia, pero allá donde no llegan ni la psicología, ni la genética, habita la mera maldad. Y no hay excusa que valga.

Podría buscarse la raíz de su crueldad a través de ciencia, pero allá donde no llegan ni la psicología, ni la genética, habita la maldad.

El trauma infantil explica ciertas dinámicas de violencia. Un niño sometido a sufrimiento crónico puede desarrollar conductas de riesgo, aislamiento social, apego desorganizado o dificultad para manejar emociones. También afecta a nivel neurológico, desajustando la química cerebral o variando su morfología. Modifica la amígdala, el hipocampo o el córtex prefrontal. Todo ello puede provocar alteraciones en el control de impulsos, cambios de humor y agresividad.

Si a un trastorno, ya pueda ser de estrés post-traumático o antisocial, se le agrega un reiterado consumo de alcohol, se genera una patología dual. La ingesta acrecienta los efectos negativos y provoca disfunciones en el sistema nervioso. También la pérdida de juicio. Pero el hombre se diferencia del animal por la capacidad de elección, el sentido de la responsabilidad, la empatía y la libertad. Cuando no existe una enfermedad mental grave, el criminal toma una decisión racional. Actúa porque quiere.

De momento, la memoria sigue protegiendo a la víctima. Más allá de algún flashback, dice no recordar nada. Pero el trauma tiene secuelas. Deja marca. Sus cicatrices pueden aflorar incluso años después. Contra Brian la acusación cuenta con varias imágenes que le sitúan en el lugar de los hechos, la ropa de la joven en su vivienda y muestras de ADN. La Fiscalía pide 45 años de prisión por un delito de intento de asesinato y otro de agresión sexual.

Existen numerosos programas de intervención terapéutica orientados a la rehabilitación de agresores sexuales. Los instrumentos de predicción de riesgo se han perfeccionado. Según un informe de Instituciones Penitenciarias, el porcentaje de reincidencia en delitos contra la libertad sexual es del 22,80%. Es relativamente bajo. Según sus estudios, además, el 95% de los internos que participa en las terapias no reincide. Lo más probable es que Brian ingrese en prisión y cumpla con la máxima pena establecida para estos delitos. La maldad no siempre se puede explicar. Tampoco justificar. Solo queda la posibilidad de que se pueda tratar.

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