Es una falacia que se ha vuelto un lugar común en el debate público y que se esgrime desde el nacionalismo vasco, sus homólogos periféricos y las izquierdas aliadas con ellos: la tragedia creada por ETA es cosa del pasado que hay que olvidar para afrontar el futuro.
Se pretende, así, y se logra, que el recuerdo de los más de 850 asesinatos de la banda terrorista sea percibido como un tema extemporáneo cuando no de mal gusto y propio de gente obsesiva, marcada y traumatizada por aquel fenómeno, que no sabe pasar página, aterrizar en el presente y comprender los problemas reales de nuestra sociedad. Estas cosas las dicen quienes han hecho un programa político de la rememoración permanente de una Guerra Civil que finalizó hace 85 años y de un régimen franquista que expiró hace ya medio siglo.
Estas cosas las dicen, sí, los mismos que de modo recurrente reclaman la excarcelación de los presos de esa banda como un derecho. No se les caen de la boca aquella guerra ni aquella dictadura a los mismos que tratan de relativizar, desdramatizar y borrar la gravedad de la pesadilla de asesinatos que cometió ETA y que terminó hace menos de tres lustros.
No. No es verdad que quieran borrar sus crímenes. Lo que quieren es legitimarlos, venderlos como un activo electoral y un valor democrático. No estamos ante un colectivo inocuo ni un fantasma del pasado sino ante una amenaza presente, un agente político que niega la legitimidad de nuestro orden legal. Lo que quieren es idiotizar moralmente a las jóvenes generaciones vendiendo su pasado sanguinario como una historia de resistencia antisistema y buscar, en esa sórdida tarea, a los aliados que pueden y que coinciden con ellos, por otras razones y otros intereses, en ese mismo objetivo de convertir la legalidad constitucional vigente en papel mojado.
Es en ese contexto en el que esa auténtica ETA política y sociológica que hoy no mata ha conseguido sacar adelante la reforma legal que acorta las penas de más de cuarenta presos condenados por terrorismo. Y lo ha conseguido con el partido de Yolanda Díaz y el de Pedro Sánchez como colaboradores necesarios. Las connivencias de la mal llamada "izquierda" con el mundo etarra no son nuevas, pero hoy han alcanzado su complicidad más flagrante y explícita. En este sentido, todos los partidos que conforman el actual Gobierno (PSOE, Sumar, Más Madrid, Izquierda Unida y Esquerra Verda) como los que lo sostienen desde fuera con su apoyo parlamentario son responsables de esa maniobra y no pueden lavarse las manos.
Sí. La gran conquista del sanchismo se resume en haber conseguido que la relativización moral y el envilecimiento civil que, en los años en que ETA asesinaba, se circunscribían al País Vasco, hoy se hayan extendido por toda España y hayan cuajado en un sector de la juventud, un cuerpo social y un electorado capaces de cerrar los ojos y aceptar el "todo vale" como ideario ideológico. Para combatir ese mal, no sirve plantear la artimaña que aliviará la condena de Txapote como un puñalada que afecta solo a las víctimas del terrorismo. Afecta a todo el cuerpo social, a toda la ciudadanía decente y a la propia democracia española que queda seriamente burlada, degradada y amenazada. Si no somos conscientes de la gravedad que tuvo el monstruo de ETA y no lo condenamos en sus justos términos, estamos condenando nuestro propio futuro.