Aquellos niños

El Defensor del Pueblo ha presentado en el Congreso un informe (que fue publicado el año pasado) sobre la pederastia clerical en España. Ha apremiado a los diputados a compensar lo antes posible a las víctimas, "porque lo están esperando y lo necesitan", dice. Sabe de lo que habla. Él ha sido cura. O casi.

Hace mucho tiempo que estas noticias ya no me desazonan, aunque comprendo que a muchas otras personas sí. No mucha gente sabe que yo fui un niño abusado por un cura de mi colegio. Sucedió hace más de medio siglo, yo debía de andar por los 11 años. Aquel hombre era un desquiciado, un tipo de terribles accesos de cólera que golpeaba a los críos con un stick de hockey, delante de todos los demás. Yo no era el único al que sobaba y magreaba en su despacho. No pasó de ahí. Lo echaron, supongo, o lo llevaron a otro sitio, porque estaba claramente loco. Durante algún tiempo me desazonó la memoria de aquello. Hoy ya no, y guardo de esa historia apenas un leve mal sabor de boca. Nada más. Sigo recordando a la mayoría de aquellos jesuitas como un grupo de animosos valientes que trataban de enseñarnos a pensar durante las lóbregas postrimerías del franquismo. Mi gratitud hacia ellos no ha menguado con los años.

Un día, con toda naturalidad, se lo dije a mi padre; no hace demasiado de aquello, aún vivía mamá. Me sorprendió que, también sin el menor dramatismo, me contestase: "Ah, ¿sí? A mí también me pasó. Y a muchos otros". A él le agredieron en los años 40, en el tiempo en que el clero tenía, en España, más poder que nadie; quejarse habría sido inútil además de peligroso. Hablamos un rato de aquello y luego cambiamos de conversación.

Cuando todo esto empezó a saberse, a ninguno de los dos se nos ocurrió denunciar aquella miseria, más que nada porque nuestros curas sobones están muertos, pero es completamente lógico que otras personas, muchísimas, busquen una reparación y exijan, sobre todo, que tal cosa no se repita jamás. Una gran cantidad de aquellos niños no ha olvidado. No pueden. No creo que haya en eso ni odio ni rencor. Simplemente no pueden olvidarlo.

Lo que me ha llamado la atención ha sido la reacción de los diputados ante las palabras del Defensor del Pueblo, que de joven fue hermano corazonista. Como si el viento del Espíritu hubiese soplado de repente sobre la sala, todos los diputados estuvieron de acuerdo en que aquello había que arreglarlo lo antes posible. Pero es lo que habría dicho René Goscinny: ¿Todos? No. En la extrema derecha, un pequeño grupo de insensatos resiste ahora y siempre a la realidad, a la justicia, a la empatía y al sentido común.

Esa gente sigue manteniendo que el informe de Gabilondo es tendencioso y carente de rigor (¿lo habrán leído?), que está al servicio de sus "medios lacayos" y que "sobredimensiona" los hechos. El documento estima que más de 400.000 niños sufrieron abusos en sus colegios o parroquias. Parece una cifra algo difícil de sobredimensionar. Aquí sí que viene de molde esa frase que tantas veces se usa mal: Que les hubiese pasado a ellos, caramba. A ver qué decían.

Cuando un partido se entrega al populismo más tosco y chabacano, cuando no tienen ningún problema en negar la evidencia con tal de que se hable de ellos, cuando toda su estrategia consiste en llevar la contraria a lo que sea (a la realidad, tantas veces) para lograr unas líneas en la noticia o unos minutos en la tele, la pregunta sale sola: ¿Para qué están ahí? ¿No se dan cuenta del daño que hacen? ¿O es que no les importa?

No sé lo que harán los demás. Pero estoy convencido de que aquellos niños que fuimos, los que sufrimos los jadeos y el mal aliento y las palabras asquerosas de aquellos malnacidos que nos metían mano, no vamos a votar jamás a esa gente.

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