Anillos en la madera

Comparo a menudo los temas que ocupan espacio en nuestras vidas y en nuestras noticias con la corteza de un árbol y los anillos que están debajo: cada capa de madera y de tiempo se acerca más al núcleo, se muestra menos amplia, más concentrada e intensa. Solo las consideran menos útiles los que se quedan en la superficie; son tan esenciales como las exteriores.

Así ocurre con las noticias que tratan las capacidades diferentes hasta que la necesidad de cuidados no irrumpe en nuestra vida: hasta entonces vivimos ajenos a nuestra propia fragilidad. Hemos compuesto un mundo en el que la vejez se percibe como una isla lejana a la que nunca se llega, la enfermedad queda excluida del debate social, la discapacidad solo asoma en la periferia y los cuidados siguen firmemente asentados sobre los hombros de aquellas personas a las que menor valor económico se les asigna. Mujeres en su mayoría, madres, hijas, inmigrantes, cuidadoras sin tiempo para reclamar ayudas y que suplen, con su propia salud y esfuerzo, todo aquello por lo que otros colectivos ya habrían ocupado la calle.

Y, sin embargo, qué poco nos separa de encontrarnos allí, al otro lado. Un dolor de cabeza que resulta ser un ictus, el móvil que se miraba mientras conducíamos, la genética que se revela de pronto, los años, que no perdonan, una caída tonta, la secuela de una enfermedad común.

Quienes reclaman atención para los grandes dependientes nos llevan pasos de ventaja, pero quizás no tantos como pensamos. Quienes buscan espacios adaptados o piden más recursos para las cuidadoras, quienes exigen leyes para los enfermos de ELA o defienden más inversión en geriatría, salud mental y enfermedades raras en la sanidad pública, o algo tan sencillo como ropa adaptada e inclusiva para facilitar el aseo... solo son anillos un poco más antiguos de nuestro propio árbol.

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