¿Sobran turistas?

Durante muchos años, la economía española clamaba por turistas. Era la gran riqueza oculta que equilibraba nuestra modesta balanza comercial. Se contaban por millones los visitantes que nos permitían presumir de los atractivos que ofrecían nuestras playas, ciudades monumentales, tradiciones y gastronomía.

Los gobiernos se esforzaban para propagar los precios bajos de nuestros hoteles y la hospitalidad con que eran recibidos todos los que llegaban por tierra, mar y aire. España era un paraíso climático y atractivo por descubrir. Fueron tiempos dorados donde hasta la censura de la Dictadura hacía de tripas corazón y permitía los bikinis en las playas frente al malhumor de los ultras.

Pero los tiempos cambian y, como suele decirse, tanto es lo de más como lo de menos. Necesitamos que lleguen turistas porque proporcionan trabajo e ingresos, lo que ocurre es que con tanta euforia por atraerlos, resulta que nos estamos pasando. No hay capacidad para tantos. Uno de sus alicientes es que creaban puestos de trabajo y ahora lo agotan.

Bares, restaurantes, cafeterías lamentan dificultades para contratar cocineros, camareros y demás profesionales para prestar los servicios que la afluencia de clientes requiere. Se trata de profesiones especializadas, con horarios sacrificados y salarios comedidos. Las estadísticas acusan millones de parados y, sin embargo, en la hostelería escasean profesionales.

Hay desproporciones que acentúan el problema. A veces se comenta que la diferencia entre el sueldo de desempleo de un camarero es apenas superior al salario mínimo que rige en otras profesiones. Hasta el pequeño estímulo para los bolsillos que proporcionaban las propinas en efectivo ha caído con la costumbre que se va imponiendo de pago con tarjera de crédito y la falta de tradición, a diferencia de otros países, de incorporarla.

El problema es grave para la gente de los lugares porque las avalanchas de turistas encarecen las cosas y crean dificultades para la actividad cotidiana. Complica el tráfico aún más y convierte en una carrera contra el reloj la reserva de plazas en bares o terrazas. Por eso, en algunas ciudades empiezan a surgir protestas y requerimientos a las autoridades para que se ponga un poco de orden.

Visitar templos, monumentos, catedrales u otros lugares interesantes es a veces casi imposible y hacerlo con recogimiento o interés arquitectónico, una odisea. Todo eso explica algo que empieza a ocurrir: en numerosos lugares, desde Canarias hasta Barcelona, los vecinos están saliendo en manifestaciones a las calles clamando, no contra los turistas que son respetables, sino contra la necesidad de regularlos de alguna forma para que también a ellos les resulte más atractivo.

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