Juanjo tenía siete años cuando un día cualquiera, mientras comía junto a su familia, notó que el sonido que hacían sus padres y su hermana al masticar le resultaba insoportable. También el de morderse las uñas. No era solo una molestia, era más, aunque su sensación de angustia, rabia e ira resultó reducida a manía por todo su entorno durante años. Lo que no sabían, ni siquiera él, es que padecía misofonía. "Pensaban que se me había metido esa obsesión en la cabeza, que era todo mi imaginación, pero yo notaba mucha rabia por dentro, un arrebato violento que te produce ganas de salir corriendo, de gritar", relata Juanjo.
Según datos de Misophonia Research Fund basados en estudios internacionales, como Juanjo, alrededor de un 15-20% de la población mundial padece esta condición, que no está catalogada aún como trastorno psicológico, pero que, como indica su nombre, produce un odio extremo a ciertos sonidos. La fundación, pionera en el mundo con respecto a la misofonía, especifica que produce una disminución de la tolerancia a sonidos específicos o estímulos asociados a estos. Estos últimos se conocen como desencadenantes, se experimentan como desagradables o angustiantes y tienden a provocar fuertes respuestas emocionales, fisiológicas y conductuales negativas que no se observan en la mayoría de las demás personas.
Aprendes a callarte, aprendes a aguantarlo... pero aguantándote lo único que haces es que crezca más el monstruo
"Cuando estoy en el punto cumbre de estimulación me vienen impulsos violentos, pero no contra otras personas. En mi juventud he llegado a autolesionarme para que se me pasara la rabia, pegarme un pellizco y mantener apretado... esto es lo más bestia a lo que he llegado", relata el murciano de 29 años, que hasta que no conoció la palabra que da nombre a su condición a través de un post de Facebook en 2014 tuvo que sufrir sus consecuencias en silencio. "Aprendes a callarte, aprendes a aguantarlo... pero aguantándote lo único que haces es que crezca más el monstruo", reconoce.
Y aunque Juanjo descubrió que no era el único que lo sufría, su periplo por distintos especialistas médicos para dar con una solución fue altamente infructuoso, estafa incluida. El joven decidió en 2019 acudir a un psicólogo porque empezó a tener problemas con su pareja a causa de su condición. "Tuve que explicarle lo que era y su respuesta fue que todos hacemos ruido al comer", afirma. Tras esto, fue el turno del psiquiatra, que le recomendó que fuera a una neuro psicólogo. "Me hizo pruebas y finalmente me firmó un papel acreditando que lo padezco. Nada más", dice, a la vez que pone de manifiesto la frustración que sintió.
La situación se convirtió en desesperante. A los problemas en su relación se sumaba otro temor: Juanjo esperaba una hija y no sabía cómo iba a reaccionar. "Busqué en Internet a la desesperada y encontré una psicóloga que ponía que estaba especializada. Tampoco sabía de qué estaba hablando, pero ella en su página había puesto que sí. Me dijo que me descargara una aplicación para meditar. Ni siquiera me dio pautas. Fue otro desperdicio de tiempo y dinero", sostiene.
"La rara de la familia"
Para Amaya (nombre ficticio), navarra de 42 años, las cosas no han sido distintas. En su caso, todo comenzó cuando tenía 12 años. El sonido de la respiración de su hermana, con la que compartía habitación, le impedía hasta conciliar el sueño. Su malestar era tal que llegaba a pedirle que dejara de respirar y golpeaba su cama para que no pudiera dormir. Su infierno fue compartido con ella. "Se lo hice pasar fatal. No roncaba, ni siquiera respiraba fuerte...", rememora. Aunque aquel sonido fue solo el comienzo, después llegó la animadversión a los ronquidos, al rumor de la televisión de fondo, a los ruidos vecinales... actualmente no puede soportar que la gente use el móvil con el volumen activado en su presencia. La misofonía va cambiando, pero nunca se marcha.
Descubrí que si mojas la punta del tapón, al meterlo en la oreja el agua hace que oigas menos
Para Amaya, su condición le hacer sentir como si la destrozaran por dentro. "Siento que quiero salir corriendo, que quiero quedarme sorda", espeta. "El problema se agravó, intentaba buscar soluciones, pero yo ya sabía que esos sonidos estaban e iban a estar en casa, así que no quería ir", añade. Consciente de que con el tiempo su problema se iba acrecentando, la navarra descubrió los tapones, pero no fue una solución definitiva. "Los llevaba en el bolsillo, por la calle, por si me los tenía que poner en algún momento. Llega un momento que de tanto usarlos te acostumbras y oyes, entonces descubrí que si mojas la punta del tapón, al meterlo en la oreja el agua hace que oigas menos", desgrana.
Ella también ha vivido lo que es ir a un psicólogo y no sentirse comprendida y, como Juanjo, tampoco supo lo que le pasaba hasta hace poco tiempo. "Al principio no le daba mucha importancia porque siempre había sido la rara de la familia, a la que le molestaba todo, así que pensaba que no se podía hacer nada", explica y cuenta que llegó un punto de no retornó, cuando llegaron los ataques de ansiedad, que decidió acudir al médico. "Me mandaron a psiquiatría, donde no me dieron solución. También a una terapia conjunta del Método Barlow (terapia cognitivo conductual) y me dijeron que tenía hiperacusia (hipersensibilidad auditiva que crea intolerancia a los sonidos cotidianos)", detalla. Nadie daba con su problema.
Cuando me di cuenta que este paciente lo tenía me quedé angustiada. ¿Cómo podía ayudarle cuando nunca había escuchado hablar de lo que le pasaba?
"No había oído hablar de ello jamás"
Tanto Juanjo como Amaya descubrieron ya en 2023 que existía una psicóloga en España especializada solo en misofonía. Celia Incio es la única psicóloga del país que tiene una clínica dedicada solo a esta condición. Junto a otros seis profesionales, actualmente trata a 120 personas con misofonía de toda España. Ella decidió ahondar en esta condición cuando se dio cuenta que uno de sus primeros pacientes de su práctica clínica general padecía la condición. "No había oído hablar de ello jamás. Ni en la carrera ni en el máster ni en los postgrados... tampoco en los numerosos cursos de especialización que haces tras la carrera. Cuando me di cuenta que este paciente lo tenía me quedé angustiada. ¿Cómo podía ayudarle cuando nunca había escuchado hablar de lo que le pasaba? Si esta persona está tan limitada, ¿no habrá más?", sentencia y manifiesta que un 7% de las personas que lo sufren ven su vida limitada.
Que quienes tienen esta condición tengan que explicar lo qué es a un médico o a un psicólogo alimenta la idea de que es algo raro
Y sí que había más personas, como Juanjo y Amaya. Ambos sintieron alivio al ver que no era los únicos en sufrir un problema que, según Incio, "en España está en pañales". Ella comenzó divulgando sobre el tema, haciendo ver a la gente que es algo que existe, aunque nunca imaginó que la misofonía iba a ser su medio de trabajo. "Que quienes tienen esta condición tengan que explicar lo qué es a un médico o a un psicólogo alimenta la idea de que es algo raro que solo les pasa a ellos", apunta Incio, que hace hincapié en que hay estudios internacionales en Reino Unido, Alemania, Estados Unidos o Ámsterdan, donde también cuentan con una asociación y un centro especializado, incluso ha creado un test online para que la gente pueda saber si lo padece.
Y aunque los dos pacientes entrevistados tienen algunas teorías sobre el origen de su condición, parece que la poca investigación no ha dado resultados claros sobre el asunto. "No tiene que ver con un gen concreto, tampoco con un trauma, aunque hay cierta estructura neurológica que parece coincidir en todas las personas que sufren misofonía. Parece haber una hiperconexión entre la parte que se encarga de integrar los estímulos sensoriales en este caso auditivos y la parte que se encarga de generar y regular las emocione", expone Incio, que detalla que esta está muy conectada con otra zona frontal del cerebro que se encarga de anular la razón, la lógica, el pensamiento para el autocontrol... "Son todo teorías", reconoce.
Suelen tener una personalidad que tiende al perfeccionismo, al control de las cosas, también son sensibles ante las injusticias
Eso sí, tanto ella como Juanjo y Amaya ponen el foco en un rasgo común: el control. "Suelen tener una personalidad que tiende al perfeccionismo, al control de las cosas. No me refiero a controladores de ser muy ordenados, sino al control de que las cosas tienen que salir de una manera bien, que la gente ha de ser respetuosa, considerada... también son especialmente sensibles ante las injusticias, ante un comportamiento inadecuado por parte de otros", precisa la psicóloga, que recuerda casos como el de un mujer que no podía ver ni escuchar a su pareja respirar; otros que han tenido que mudarse de vivienda varias veces; un paciente que no podía comer con nadie o los más extremos: los que llegan a agredir a otros. La solución, por ahora, solo es una: el control de las emociones.