Beethoven describió la música como "la revelación más alta"; para Mozart era el arte "más sublime, el más emotivo y el más misterioso"; mientras que Nietzsche sentenció que "sin ella, la vida sería un error".
La pintura también ha sido descrita como un arte transformador, para Horacio es "un poema sin palabras", para Leonardo da Vinci "poesía muda". Ambas disciplinas apelan a los sentidos y, como sugiere el lenguaje, sus efectos son comparables: los colores vibran como las cuerdas de una guitarra.
El embrujo trasciende, una iniciativa del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza en colaboración con Amazon Music en forma de recorrido guiado por varios cuadros de la pinacoteca, demostró el pasado fin de semana la conexión entre las dos disciplinas. Todos los cuadros incluidos en el recorrido permanecen en la pinacoteca.
"La relación entre la pintura y la música es, sin duda, poderosa y fascinante. En el arte visual, la música no solo se representa a través de los instrumentos o músicos, también en la composición, el ritmo de las formas y colores, en la vibración de la luz y en las texturas que evocan sensaciones casi musicales. Es como si cada trazo o contraste de color pudiera emitir un sonido, resonar en el espectador, y en ese sentido, la pintura se convierte en una experiencia sensorial completa, casi mística", explica Carolina Fàbregas, directora de Marketing y Desarrollo de Negocio del Museo.
"Muchos se preguntaron qué arte era superior: la música o la pintura; las vanguardias decidieron que la música", asegura Pepa Mateos, guía del museo, antes de orientarnos por un itinerario que pone en diálogo estas dos artes. Hace algunos años, el museo celebró un curso sobre la presencia de la música en la pintura desde el siglo XIII hasta finales del XX. "En el siglo XX, la presencia de la música en la pintura es muy importante", añade la experta.
El recorrido empieza con Vista de la Ópera y del Unter den Linden, Berlín (1845), donde se representa el teatro de la Ópera (hoy Staatsoper) de la capital alemana. "Antes de esa época, se asistía a una obra con las luces encendidas mientras la gente comía o conversaba. Wagner acabó con eso y aunó la vista y el oído", explica Mateos, en referencia al nacimiento de la obra total: escenografía, vestuario, música... todo se integraba.
Las influencias que marcan la pintura también afectan a la música. Monet se inspiró en el ukiyo-e japonés para desmontar la perspectiva clásica en El deshielo en Vétheuil (1880), una obra que, como las vistas del monte Fuji, nos invita a observar desde nuestra perspectiva.
De esta tendencia orientalista también beberían músicos como Debussy y, más tarde, Satie. Los dibujos de Henri de Toulouse-Lautrec demuestran que, hacia finales del siglo XIX, la música había dejado de ser exclusiva de la aristocracia. En 1893, cuando le encargaron la portada de una revista centrada en la música, Henri de Toulouse-Lautrec retrató a Yvette Guilbert, estrella de los cabarets parisinos. "La música se vuelve popular; la burguesía la consume. Una revolución", comenta Mateos.
En Metrópolis (1916-1917) de George Grosz, los colores empiezan a tener una nota musical, pero no es hasta la abstracción de artistas como Kandinsky, Kupka e Hilma af Klint cuando la pintura se vuelve sinestésica. "Kandinsky y Kupka hacen composiciones musicales en sus pinturas", aclara Mateos.
Los inventores del cubismo, Braque y Picasso, rompen la armonía y la perspectiva natural. "El cubismo es como el jazz, música sincopada", apunta Mateos. El flamenco, al igual que otras músicas populares, es reivindicado por la Generación del 27 y el surrealismo.
El recorrido termina con From the Plains (1954), de Georgia O'Keeffe, quien sostenía que la tierra tiene su propia música y que su ritmo debe explorarse en la pintura.
El pasado viernes 8 de noviembre, además de la visita guiada, se presentó un social film rodado en la pinacoteca con la cantaora Ángeles Toledano (Villanueva de la Reina, Jaén, 29 años). Toledano se enganchó al flamenco casi por accidente: cuando era niña, adoraba Antes muerta que sencilla, de María Isabel, pero al ir a recuperar el disco a la casa de sus abuelos donde se lo había dejado olvidado, no lo encontró y cogió otro al azar. Era un recopilatorio con Juanito Valderrama, Pastora Pavón, Manuel Vallejo y Niña de la Puebla. En 2004, bajo la fascinación del flamenco y con solo ocho años, cobró su primer suelto: 150 euros por interpretar una media granadina y Los campanilleros.
La artista andaluza, que ha actualizado el flamenco en su debut Sangre sucia (publicado el pasado 27 de septiembre) y cuyas letras hablan de las brujas o la menstruación, interpretó en directo Sin ti no soy nada (Amazon Music Original), una versión desnuda del éxito de Amaral. También cantó dos poemas de Sangre sucia, Eres guapa y Nocturna manzana, y cerró con Cómo aman los pobres, de Gata Cattana, en homenaje a las víctimas de la DANA. Una manera de anticiparse al Día Internacional del Flamenco (16 de noviembre).
"El flamenco roza lo inefable y tiene algo de místico. Así como el flamenco posee un 'duende' que envuelve al oyente, la intención de esta propuesta es que los cuadros transmitan una energía similar, que hagan sentir su fuerza y su misticismo. Porque la música es vida, y cada obra en el museo tiene un latido propio que dialoga con la potencia de cada elemento", concluye Carolina Fàbregas, directora de Marketing y Desarrollo de Negocio del Museo.